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Discurso de Graduación de la promoción de Historia 2016-2020

  • Foto del escritor: contactrpc98
    contactrpc98
  • 26 feb 2021
  • 5 Min. de lectura

Ayer tuve el privilegio y el gran honor de representar a la que ha sido, es y será mi promoción del Grado de Historia en el acto de graduación celebrado en la Universidad de Alcalá. Un acto que fue grande porque grandes fueron los alumnos que dieron lugar al mismo. Quiero compartir, con todos ustedes, las palabras que redacté y pronuncié en tal acto:


LAS COSAS SON COMO LA VERDAD LAS VE. LAS COSAS SON LO QUE SON


Excelentísima Vicerrectora, Decana; excelentísimo y queridísimo padrino de esta promoción, Dr. Antonio Manuel Moral Roncal; miembros representantes del gobierno de esta facultad de Filosofía y Letras y de esta Universidad de Alcalá y todos los presentes, tanto presencial como virtualmente, buenas tardes o, como tan bien se nos ha enseñado a decir: “salud et gracia”. No quepo en mí de orgullo en este presente momento en que me hallo aquí, en representación de todos mis compañeros, para realizar el discurso de un acto con el que todos soñamos al inicio de nuestra vida universitaria pero del que ninguno pudo prever en qué excepcionales circunstancias acabaría desarrollándose.


En ocasiones pasadas, en los instantes previos al inicio del acto, estas centenarias paredes habrían escuchado atentamente los nervios y corrillos ante un acontecimiento final, pero a la vez inicial, en la natural sucesión de las etapas de la vida. No puedo menos que agradecer a todos aquellos que, si bien no podrán ilustrar aquí hoy su Víctor (al menos de palabra), han crecido y madurado conmigo en estos años de incansable estudio, admiración continua y creciente curiosidad. Exquisitos compañeros para tan excelente disciplina como es la Historia, la más humana de las Humanas Ciencias y estudios. Una rama de tal importancia en nuestra sociedad que, por medio del análisis del pasado, aporta tantos elementos para la comprensión del presente y la anticipación del futuro, como bien señaló y repitió uno de los tantos profesores a quienes quiero agradecer el que nos hayan hechos partícipes de este admirable estudio. Todo un claustro volcado en la ciencia del saber, en la transmisión de este y, sobre todo, en el más cálido trato del que hemos podido gozar, teniendo especialmente recuerdo de aquellos que, por las desgraciadas circunstancias que nos acompañan en este momento, han fallecido en el desempeño de su pasión: profesores Gómez-Pantoja, María José, a ustedes les dedico estas palabras. A ellos, y a todos los demás profesores que tan azarosamente han trabajado con y para nosotros, gracias.


Y es que la Historia, como bien se nos ha demostrado, ancla sus raíces en algo más profundo que un mero análisis, una simple respuesta o la necesidad de una aclaración inmediata en tan frenética sociedad en que inmersos vivimos. Ya sea por medio de estudios de remoto objeto, como la arqueología o las ramas de la antigüedad; o a través de tan recientes eventos como los que tienen por materia la contemporaneidad y la actualidad; todos comparten el mismo elemento: todos, sin excepción alguna, se encaminan hacia la comprensión de la más fascinante materia que puede estudiarse en una universidad: la historia del hombre. Y es que no nos hemos enfrentado a hecho, utensilios o materiales; a complejos tratados u obras que a los ojos maravillan. No, nos hemos visto envueltos en el proceso prolongado y en constante construcción de la historia y la vida del propio hombre. Una humana ciencia que tiene por objeto el desenterrar los hechos con la mayor objetividad posible, dentro de nuestras limitaciones. Una que, contra la tentación de la simplicidad, se mantiene y sostiene firmemente en la carrera por la verdad. Un estudio que, de manera tímida, no busca la fama sino la libertad que proporciona el saber preciso y el trabajo bien realizado. Cuán cierto es que la Verdad nos hará libres: libres del error, libres de los prejuicios, de las opiniones precipitadas o de los infundados complejos: libres, al fin y al cabo.


Y es en este momento cuando no puedo por menos que recordar las palabras que pronuncié al inicio de mi intervención: “las cosas son lo que son”. Aparentemente sencilla, esta categórica y profunda frase ha calado férreamente en todos cuantos hemos pisado las baldosas del colegio de Málaga. Desde primero de carrera hasta el último momento en que entregamos nuestros TFGs, este breve aforismo – que resume tan magistralmente la intelectualidad del tomismo puro – evidencia la necesidad de buscar la esencia de cuanto investigamos, de cuanto estudiamos y de cuanto es merecedor de nuestros esfuerzos.

Esta, la mía, es la promoción que se vio sorprendida por el Covid, por las restricciones y el severo confinamiento. Pero es también la promoción que pudo escapar del mundanal ruido de la vida diaria para enfrascarse en la oportunidad de realizar una introspección nueva, una atenta reflexión sobre la esencia de cuanto tratamos. ¡Qué perdidos estaríamos si las cosas no fueran lo que son! ¿En qué se basarían nuestros intentos de definir aquello en lo que volcamos nuestros esfuerzos? Para el que no comprenda esta realidad, ninguna explicación le es grata o posible, pues tanta así es la ceguera humana, que de ceguera misma se gloría (San Agustín, Conf. III, III, 1).


Esta es la promoción que represento: la que no se ha dado por vencida y la que, a pesar de los contratiempos, ha aprendido a sobrellevar las cargas y demostrar la fortaleza del estudio académico y el “cisneriano legado” del que nos saciamos al beber. La que se ha visto privada de tantos elementos que marcan el fin de la vida universitaria y que, a pesar de ello, ha cumplido con profesionalidad e integridad con los recursos disponibles, siempre con arrojo. Una promoción que es fuerte porque fuertes han sido sus profesores, todos académicos de gran valía y coraje para la realización de tan encomiable tarea. Personas que no forman máquinas de repetición, expedientes, números de matrícula, etc. No, personas que forman personas, educándolas en la excelencia y cuyo agradecimiento resume tan feliz y eficazmente el himno universitario: “Vivat Academia / vivant profesores. / Vivat memburm quodlibet / Vivant membra quaelibet, / semper sint in flore”.


Así pues, muestro mi más sincero agradecimiento a toda la generación que me acompaña, y traslado nuestro compromiso y nuestra responsabilidad para con la sociedad, pues a ella hemos estado sirviendo con nuestra formación, buscando la Verdad y la definición del “ser de las cosas que ya son”. Buscando la justicia (pues lo que va en contra de la Verdad no puede ser justo), acabo mi intervención con las sabias palabras de San Agustín de Hipona: “Quienes no quieran ser vencidos por la Verdad, serán vencidos por el error”.






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