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El mejor gobernante: el invisible

  • Foto del escritor: contactrpc98
    contactrpc98
  • 14 feb 2021
  • 3 Min. de lectura

Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Con tan categóricas palabras enunciaba San Agustín de Hipona una máxima inscrita en la concepción de la comunidad política humana. Un servicio que se realiza con la concepción del derecho, pero, sobre todo, con la del deber. El hombre, por sí mismo, no se puede definir. Contrario a los posicionamientos nietszcheanos, que abogan por una abolición del hombre – por más que imponga lo contrario con la falsa creencia de la muerte de Dios para iniciar el camino al superhombre – el asunto de mayor relevancia es la concesión del propio hombre en su definición como ser social, tal y como definía magistralmente Aristóteles en su Política y que fue después pilar de múltiples teorías filosófico-políticas medievales con su descubrimiento. El hombre, por sí solo, no puede ser definido, pues éste mismo, desde su concepción, ya viene definido por la “asociación”; es decir, desde el inicio más temprano de la vida, es hijo y, por tanto, queda definido por su pertenencia a una comunidad. Esto no resta su dignidad humana, inalienable y inquebrantable por más que la ley positiva pretenda hacerlo.


Todas estas palabras vienen expuestas a colación de lo que es, con toda certeza, un atropello del deber y una imprudencia desmesurada como son las elecciones regionales hoy en Cataluña. La política es un servicio que forma parte de la gobernación de la comunidad humana, necesaria pero no excluyente del valor de la dignidad humana. Cuando esta política es corrompida se atiende al claro ejemplo de la ausencia del deber, la ética y la moral y, sobre todo, del respeto a la comunidad a la que ineludiblemente se pertenece.

El trabajo duro es fruto de la participación en la creación de la próspera comunidad política. La corrupción de dicho trabajo sólo lleva a un totalitarismo por el que el hombre, con su dignidad, quedan relegados a un papel secundario e incluso olvidado, despreciable y, en última instancia, prescindible.


Los sobradamente conocidos aspectos que rodean una jornada como la de hoy en nada pueden llamarse “libres”, pues constan de condicionamientos de extrema gravedad que ponen en peligro el correcto juicio de la comunidad, ya de por sí bombardeada con cuestiones ridículas, irrisorias pero a las que se da la importancia de la que carecen. No se trata de una cuestión de pugna entre el soberanismo independentista – cuya soberanía reside en unas ideas perniciosas que obedecen a un ideal y arrebatan la soberanía a los individuos – y las denominadas fuerzas constitucionalistas – de las que ahorraré comentario por no ser el centro de esta exposición. Tal enfrentamiento del que se llevan haciendo eco los medios de comunicación evidencia una falta de perspectiva y una bajeza de miras preocupante. Cuando la comunidad política se desorienta y pierde el rumbo que obedece, precisamente, al servicio de la misma, se cae en el fatal error de fijar la mirada en debates y discusiones alejadas del punto real.


Sea quien sea el ganador de esta noche, una cosa es segura: deberá servir; y servir con todo lo que ello implica. Fomentar el desalmado enfrentamiento y la fatal fracción de la comunidad es lo antepuesto al servicio que una comunidad como la catalana necesita. No hay mejor gobernante que aquél que no está presente en los pensamientos diarios de los individuos. La comunidad empuja desde todas sus fuerzas y no puede reducirse única y exclusivamente a la política, como lleva ocurriendo tanto tiempo en Cataluña. El político es el primer servidor de la comunidad que, desde su cargo de responsabilidad y la posesión de los recursos de los que goza su cargo, debe centrarse en ser invisible a ojos de la ciudadanía mediante el esfuerzo, el trabajo y el servicio a la comunidad, solucionando los verdaderos problemas del día a día y solventando aquellas situaciones que lo requieran.


En estos momentos de pandemia se necesitan políticos que sirvan, no que sean servidos. Que atiendan a las duras circunstancias que asolan nuestro país – nuestra comunidad – y no empleen el cargo en ser servidos por la ideología de la que hacen gala. En otras palabras, de los resultados que se obtengan esta noche sólo cabe desear que se obtenga a un servidor que pase inadvertido y rehúya las estériles discusiones que tanto amenazan la cohesión actual. Si quien gane no se dedica su gobernanza a servir, entonces no servirá para ser gobernante.

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